Posiblemente algunos, los más avezados en jardinería y botánica, hayáis oído hablar de Permacultura, como una forma de magia moderna que es capaz de generar huertos productivos y sostenibles sin trabajo; pero para la mayoría este vocablo extraño, de nueva acuñación, no tiene ningún significado, y llega envuelto en las neblinas del New Age.
Permacultura viene de la fusión en inglés de “Permanent” y “agriculture”, en alusión a la sostenibilidad del modelo, y constituye una nueva forma de abordar el cultivo de huertos y jardines, basada en un cuidadoso y muy técnico diseño agronómico.
Porque la Permacultura es de hecho un sistema multidisciplinar de diseño, basado en principios que emulan la naturaleza, los saberes tradicionales y los más recientes descubrimientos de las ciencias agrarias, con la finalidad de instalar asociaciones de plantas cultivadas, que constituyan por si mismas ecosistemas sostenibles y duraderos.
Los precursores de este modo de abordar la agricultura proceden de lugares tan distantes como Estados Unidos, donde John Russell Smith (1874 – 1966) enseñaba en la Universidad de Pensilvania; Japón, con el edafólogo Masanobu Fukuoka (1913 – 2008); o Tasmania, donde Bill Mollison (1928) y David Holmgren (1955) utilizaron la palabra “Permaculture” por primera vez.
La Permacultura combina el conocimiento botánico, la ciencia del suelo, los últimos adelantos en irrigación de alta frecuencia y las técnicas más modernas de protección de cultivos, para crear jardines muy especiales, adaptados y equilibrados, que necesitan intervenciones mínimas por parte de su cuidador.
Todos estos saberes, trasladados a nuestra realidad cotidiana, mediterránea y postindustrial, a nuestro jardincito urbano, determinan que en un diseño de permacultura las plantas que cultivemos se han de adaptar a las condiciones del medio, a su suelo, clima y relieve, de tal forma que una vez instaladas no requieran apenas riegos, ni abonados, ni insecticidas u otros pesticidas. En permacultura, el paisajista observa el bosque espontáneo y lo imita, pero mejorándolo con especies y variedades de todo el mundo, para hacerlo productivo, sea en frutos, flores o aromas, y auto-sostenible en el tiempo.
Intervenciones las mínimas. Al principio exige un gran caudal de conocimientos y trabajo, mejoras del suelo, instalación de sistemas de goteo, placas solares, geomallas, acolchados y otros artificios agronómicos. Una vez instalado, el sistema combinado de árboles, arbustos, herbáceas permanentes y anuales, se mantendrá y reproducirá por sí mismo, sin degradarse o agotarse, con intervenciones muy puntuales de recolección, poda, siega o riego.
El jardín del Edén, hecho realidad en nuestro rincón verde casero.
Texto: Manuela Glez. Griñan de El Rincón Verde